Cuando nos hablan de evitar el ruido mental, de relajarnos y evadirnos de los problemas con técnicas de meditación no se tiene demasiado en cuenta la dificultad para conseguirlo.
Es muchísimo más fácil evadirse "jugando" a vivir otras vidas, sumergiéndose en el espejo de la vida que es el entrenamiento actoral, aprendiendo técnicas para comunicarnos más y mejor y aprendiendo a analizar los mensajes del otro.
Si tienes la mente ocupada en una actividad que requiere todo tu atención, tienes muchas más posibilidades de que suponga un descanso de otras preocupaciones y a través del teatro, no sólo se consigue esto, sino que, de manera inconsciente, desarrollamos capacidades que nos sirven para lidiar con la realidad una vez que volvemos a ella.
Urge aportar a los jóvenes una visión más allá de la dictadura de la apariencia.
Trabajar la aceptación propia y ajena en un ambiente de diversión, descubrirles sus fortalezas (porque están ahí), reducir su ruido mental y mostrarles el mundo real, más allá de lo virtual.
Creo que si se rebajasen las teorías y la hipocresía algunos de nuestros jóvenes no estarían abocados a las frustraciones internas que sufren.
La punta del iceberg es, en los mejores casos, refugiarse en el móvil o en el ordenador.
En el peor, el incremento de las autolesiones o el bullying.
Se habla de una falta de tolerancia a la frustración en la juventud (como si no existieran adultos con un terrible manejo de la frustración) pero se silencian las causas. Es como pintar una pared que tiene humedades y esperar que no vuelva a salir una mancha.
En nuestra propia vida, nos fabricamos personajes para sobrevivir en diferentes entornos.
Y ahora más que nunca hay “perfiles”, “avatares”: Construimos personajes por inseguridad, por miedo, por interés, por necesidad de amor o como medio de subsistencia. Y admiramos a personajes creados desde “lo que necesitamos adorar o creer”. Como entretenimiento es fantástico pero ¿Y si pasamos horas y horas conociendo la forma y ni un minuto preocupados por el fondo? ¿Y si lo hacemos cuando nuestra personalidad, nuestros valores, nuestros gustos o nuestras fortalezas aún no están definidas?
Como decía Arthur Miller: “El teatro no puede desaparecer porque ese el único arte donde la humanidad se enfrenta a sí misma” y ese enfrentamiento, si ya es muy beneficioso como espectador, no tiene límites al experimentarlo como actividad.
Nos hace libres, nos hace ser capaces de analizar conceptos y emociones, nos lleva a épocas pasadas que no hemos vivido, nos aporta ternura, creatividad, empatía y conocimientos. Nos enseña que equivocarse no es un drama y al mismo tiempo, que la falta de implicación o esfuerzo puede perjudicar un compañero. Tiene una cara y una cruz. Como la vida misma.
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